La controversia que genera esta pregunta está cada vez más presente. Son muchos los expertos que están sacando a la luz la falta de rigor del método científico en este campo. Como rama de la medicina entenderíamos que se basa en él para justificar sus teorías de manera empírica, con datos demostrables que provienen de investigaciones rigurosas donde sus estudios son planteados y ejecutados de manera impecable.
Los estudios sirven tanto para confirmar como refutar la hipótesis planteada inicialmente. En caso de refutarla se continúa con los estudios porque así es como se construye una teoría científica: investigación sobre investigación sobre investigación hasta disponer de los datos suficientes que la respalden.
Pues bien, el libro Cracked: why pshychiatry is doing more harm than good de James Davies te abre los ojos de par en par a una realidad muy chocante en los procedimientos utilizados. Como usuaria del sistema de salud mental te da una sacudida muy inquietante. El autor te conduce por su documentación sobre cómo las farmacéuticas, con la colaboración de reputados psiquiatras, aprueban y comercializan sus productos con un éxito espeluznante.
Para poder entender la magnitud del problema hay que remarcar el pilar fundamental sobre el que se construye esta especialidad médica: su cultura biologizante de los trastornos mentales, un constructo social respaldado por asociaciones que se oponen a cualquier relación con alguna condición relativa al desarrollo psicosocial (González y Pérez, 2007). La teoría del desequilibrio químico que Joseph Schildkraut publicó en 1965 está en el origen de estas postulaciones, señalando como causa de los trastornos mentales un exceso o déficit de neurotransmisores en el cerebro.
De todas maneras y aún habiendo reconocido abiertamente que su tesis no era más que eso, una teoría sin los datos suficientes para defenderla, consiguió tal fama que las investigaciones se centraron en ella durante los siguientes 20 años, utilizando medicamentos que alteran los niveles de diferentes neurotransmisores en el cerebro para estudiar sus efectos.
El posicionamiento biológico de la psiquiatría, que sigue siendo el más extendido a día de hoy, señala a la persona diagnosticada como origen de su malestar por tener un cerebro biológicamente enfermo. ¿Y cómo es un cerebro biológicamente sano y libre de trastornos mentales?
La realidad abrumadora, a pesar de su aceptación, es que no hay evidencia científica que respalde el posicionamiento biológico. Todavía no podemos responder a cómo es biológicamente el cerebro libre de enfermedades mentales.
Analizados los resultados obtenidos en los estudios sobre la teoría del desequilibrio químico, se llega a las conclusiones de su efectividad por mera deducción: si al administrar un fármaco que augmenta la producción de x neurotrnasmisor la patología mejora, se concluye que el orígen de la patología es un déficit del neurotransmisor x; o si al interrumpir el tratamiento vuelven los síntomas, se deduce que era necesario para el paciente corroborando así la existencia del diagnóstico sin considerar el síndrome de abstinencia (y sí, a pesar de haber escuchado una y otra vez que los antidepresivos no generan dependencia, también la generan). Por otro lado, y haciendo especial referencia a los antidepresivos, no se demuestran más efectivos que un placebo salvo casos de depresión muy severa. Así que, aun teniendo principios activos que alteran la biología del cerebro, los estudios indican que su efecto beneficioso sobre los síntomas es más bien debido al mismo efecto placebo que pueden ejercer unas pastillas de azúcar.
Entonces, ¿por qué la psiquiatría sigue sus postulados? ¿Cómo pueden estar en el mercado y llegar a tantas personas estos medicamentos? Las respuestas las encontramos en cómo y quién financia, plantea, ejecuta y analiza estos estudios y sus datos. Porque aun obteniendo resultados dudosos, se utilizan recursos verdaderamente ingeniosos para poder aprobar estos psicofármacos y su uso.
Nos encontramos con que la mayoría de los estudios se financian directamente por las empresas que tienen todo el interés comercial de que obtengan resultados favorables. Así que, de entrada, se tiene un cuidado inicial en la selección del equipo técnico que estará al mando.
También se tiene mucha cura de lo que sale a la luz sobre estos estudios una vez concluyen.
Dentro de los publicados, los resultados favorables suelen serlo por los pelos, después de sofisticados análisis estadísticos y estilizadas gráficas para hacer ver lo que difícilmente se ve a ojo. En fin, no hay duda de que las compañías seleccionan y magnifican los datos que son de su interés.
Héctor González y Marino Pérez, 2007
Todas las técnicas son alarmantes, cómo pueden llegar a manipular los datos es algo que no cesa de sorprender. Hay estudios en los que se realiza una fase inicial donde se administra el placebo a la totalidad de los participantes. La finalidad es que, después de analizar sus efectos, se descartará de la siguiente fase a los sujetos que respondan mejor al placebo. Así, cuando se complete la comparativa de los datos tras el siguiente tramo del estudio, la diferencia entre los efectos beneficiosos del placebo vs los del fármaco será lo más marcada posible y favoreciendo al psicofármaco.
Ser consciente de toda esta información puede ser muy difícil de asumir. Puede hacer que nos planteemos muchas preguntas generando mucha incomodiad entre los usuarios de salud mental que recurren desde hace años a los tratamientos farmacológicos. Debemos tener en cuenta que la información aquí planteada es a modo resumido y para nada puede englobar la totalidad de casos. No olvidemos que cada caso es único y susceptible de ser analizado de manera individual, porque lo muy beneficioso para unos puede ser muy perjudicial para otros y viceversa.
Hay un montón de profesionales respetables (y que se oponen a ser influenciados por las farmacéuticas) apoyando y velando por los derechos de los pacientes, incluso mejor y en mayor medida que ellos mismos. Desmantelando la psiquiatría actual desde un conocimiento impecable y proyectando cambios protocolarios que nos sean beneficiosos. De hecho, la primera vez que escuché acuñar de pseudociencia a la psiquiatría actual fue muy recientemente a la profesional Laura Martín López-Andrade, psiquiatra al frente del movimiento Revolución Delirante. Asistí al curso Estado del malestar del Instituto de Humanidades de Barcelona e impartido por ella, fue muy enriquecedor y duro a la vez. Hubo un joven asistente, residente psiquiatra, que le hizo una consulta verdaderamente emocionante: «¿qué nos dices a quienes recién nos formamos para ver que entramos a un mundo laboral cuyo sistema está basado en tales fundamentos? ¿Cómo pasamos por alto las ganas de dar la vuelta y dedicarnos a otra cosa?» La respuesta de Laura fue muy alentadora y motivadora. Decía algo así como que para poder desmantelar el sistema actual, hay que saber exactamente con qué reglas juegan. No se puede hacer un cambio en el sistema sanitario si no es desde dentro. Formarse muy bien para poder argumentar con ellos desde el conocimiento riguroso es fundamental, debemos ser conocedores especialistas de la realidad actual para desengranarla y accionar el cambio. Lo que también ayuda es centrarse en lo que podemos abarcar. Todo cambio aporta, así que enfocarnos en actuar a nivel local también es clave para ir obteniendo resultados y no desanimarse.
Haber oído la palabra pseudociencia como término para acuñar la psiquiatría, y precisamente de una psiquiatra, me hizo pensar muchísimo, tenemos tanto por reflexionar y aprender… Me vinieron a la mente estos conceptos introductorios del método científico con ejemplos claros de lo que le es totalmente contrario. Aquí los dejo para ir flexibilizando más la mente, hay muchas cosas sobre las que pensar detenidamente y la psiquiatría con sus procedimientos es una de ellas:
En la magia, cuando existe discrepancia entre la estructura de conocimiento y los datos empíricos, no existe un replanteamiento del conocimiento, sino un rechazo de los datos. Cuando el chamán, hechicero o curandero propone a alguien un ritual o una determinada forma de elaborar y tomar los remedios para desprenderse de la mala suerte o para curar una enfermedad y fracasa, la culpa del fracaso no es nunca del ritual o del remedio, sino del propio individuo, que no ha hecho bien el ritual o no se ha tomado el remedio de la forma que le habían dicho. Así, aunque la evidencia empírica contradiga el conocimiento establecido, ésta no es usada para modificarlo.
Tomás Ibáñez, 2016
Una forma de actuar similar la encontramos en muchas pseudociencias que proponen remedios al margen de la medicina: cuando fracasan no atribuyen la culpa al procedimiento de la pseudociencia, sino al paciente (o las personas a su cuidado), acusándoles de no haber seguido bien las órdenes. Ni que decir tiene que, además de no corregir nunca los errores, crean un fuerte sentimiento de culpabilidad en el paciente y en personas de su entorno. Es una forma de hacer que, a diferencia de la actividad de investigación científica, no permite la autocorrección y, por tanto, el conocimiento permanece inalterable en el tiempo (la lectura de las líneas de la mano, por ejemplo, se puede hacer ahora exactamente como se hacía hace siglos). En cambio, es una forma de hacer en la que predomina el principio de autoridad o la persistencia en las tradiciones.
Referencias bibliográficas
- Davies, J. (James). (2014). Cracked: Why psychiatry is doing more harm than good. Icon Books Ltd
- González, H. (Héctor) y Pérez, M. (Marino). (2007). La invención de los trastornos mentales. Alianza Editorial
- Ibáñez, T. (Tomás). (2016). El cómo y por qué de la psicología social. Fundació Universitat Oberta de Catalunya
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